"Europa no se creará de una vez, ni en una obra de conjunto, se hará gracias a realizaciones concretas que creen, en primer lugar, una solidaridad de hecho": estas eran las palabras del ministro de Asuntos Exteriores francés Robert Schuman, tal día como hoy de hace sesenta años. Su "declaración" del 9 de mayo de 1950, considerada como el texto fundador de la constitución europea, no ha perdido un ápice de vigor: precisamente es la solidaridad, o mejor dicho, su ausencia, lo que constituye hoy la base de la profunda crisis que atraviesa la Unión y una de sus principales obras, la moneda única.
Es cierto que el clima reinante no es el mismo que el de posguerra, pues entonces había un continente que reconstruir y el optimismo era de rigor. La paralización económica y las tentaciones populistas y de individualismo ahora han relegado esta solidaridad al rango de prescindible, tanto en el contexto europeo como en el nacional. Los dividendos electorales claramente no bastan.
Sin embargo, haciendo referencia a este sentimiento, transmitido por dirigentes europeos dotados de una visión que traspasa sus fronteras, es como Europa ha podido renacer de sus cenizas. Los líderes actuales parece que no gozan de mucha inspiración. La prueba más evidente ha sido su actitud dubitativa e incluso reticente ante la crisis griega y los riesgos de su propagación al resto de Europa. Pero con esta actitud, lo que se pone en peligro es toda la construcción común.
Para concienciar sobre esta amenaza y para celebrar el aniversario de la "declaración de Schuman", Presseurop inicia hoy una serie de artículos dedicados al futuro de Europa y del euro, cuestionados hoy más que nunca. Gian Paolo Accardo