“El ejército europeo, una profesión. Envíenos su candidatura al correo electrónico siguiente o a la dirección…”. Este eslogan no figura todavía en los carteles que se ven los metros de Berlín, Roma, Varsovia o Madrid, y, sin embargo, si la Unión dispusiese de un ejército propio se convertiría en el primer reclutador del continente y en un importante proveedor de empleos, tanto directos como indirectos.
La idea no es nueva y los fracasos sucesivos de las diferentes iniciativas en este sentido, empezando por la de la Comunidad Europea de Defensa, deberían haber desalentado cualquier nuevo proyecto.
Sin embargo, mientras se desata una nueva alerta sobre ataques terroristas perpetrados por Al Qaeda y se acerca el próximo Consejo Europeo de diciembre, que se consagrará en gran parte a la defensa europea, el asunto vuelve a estar a la orden del día. Y el aliado estadounidense no deja pasar ni una oportunidad para recordar a los europeos cuáles son sus responsabilidades, tal y como lo publicaba recientemente The Christian Science Monitor: “Washington ha pedido de forma cada vez más insistente a Europa que se proteja a sí misma y, lo que es más importante, a los territorios próximos al Sahel, en África del Norte, y a algunas zonas de Oriente Medio”.
También resulta esencial para “definir una identidad y una credibilidad europea”, subraya Adevarul, cuando el resto de los países “levantan barreras un poco por todas partes” contra los ataques terroristas.
Una opinión que el Parlamento Europeo ya parecía compartir en 2009, cuando manifestó su deseo de crear una fuerza común de defensa europea, bautizada como SAFE — Syncronized Armed Forces Europe [Fuerzas Armadas Sincronizadas de Europa, cuyo acrónimo significa también seguro en inglés].
La introducción de un servicio militar paneuropeo proporcionaría además la oportunidad de reforzar los vínculos entre los europeos, esos que la crisis ha relajado, tal y como lo defendía el sociólogo alemán Ulrich Beck en una reciente entrevista en Philosophie Magazine:
un alemán que pasa un año en una Grecia asolada por este trágico empobrecimiento debido a un paro récord y que, de regreso en Alemania, escucha que los griegos son perezosos, tendrá otra visión sobre la política de su país.