Ya ha sido suficiente. Después de que unos agresores desconocidos hirieran con rifles de aire comprimido a dos inmigrantes que trabajan en los campos de Rosarno, Calabria, explotados por la n'drangheta (la mafia local) y que viven en pésimas condiciones, cientos de inmigrantes africanos salieron a las calles y descargaron su ira contra todo lo que encontraron a su paso. El día después, los actos violentos parecían bajo control, pero se produjo una gran protesta de inmigrantes de localidades vecinas frente a las oficinas del ayuntamiento local, que se encuentra bajo la administración de Roma debido a lúgubres conexiones con la mafia. Mientras que las autoridades y los trabajadores sociales apuntan al trato brutal que reciben estos trabajadores agrícolas por parte del crimen organizado, el ministro del Interior Roberto Maroni (Lega Nord) volvió a recurrir a sus frases típicas como que existen "demasiados inmigrantes ilegales" o que "su presencia fomenta la delincuencia". Sin embargo, el editorialista Angelo Panebianco del Corriere della Sera, culpa al abismo cada vez mayor existente entre las opiniones "extremas" sobre la inmigración y así sostiene que "hay una serie de políticos negligentes, xenófobos, liberales, jueces y sacerdotes excesivamente acogedores, y todos siembran las semillas del problema".
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