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“Un espectro se cierne de nuevo sobre Europa, el espectro del poder alemán”, escribe el historiador Brendan Simms en el artículo que ocupa la portada de The New Statesman, que dedica este número al “El problema alemán”. El semanario subraya cómo en los últimos cinco años se ha experimentado un “extraordinario aumento” de la influencia alemana, dado que Berlín ha capeado bien la crisis económica y ha conseguido evitar que el Banco Central Europeo (BCE) emprendiese

la compra compulsiva de bonos que tanto ansiaban los países en quiebra de la periferia europea. En su lugar, les recetó una indigesta dieta de ‘normas’ fiscales. […] No sorprende, por tanto, que durante este periodo la germanofobia de los políticos y de la gente haya crecido en todo el continente.
Simms cree que, a lo largo de los últimos cinco siglos, Alemania ha alternado entre ser una potencia diplomática muy fuerte y muy débil.
Hoy, Alemania es a la vez demasiado fuerte y demasiado débil, o, al menos, demasiado indiferente. Se halla incómoda en el corazón de una UE que fue en gran medida concebida para contener el poder alemán, pero que en lugar de eso ha servido para incrementarlo, y cuyos defectos de diseño han privado involuntariamente a muchos otros europeos de soberanía sin otorgarles una participación democrática en este nuevo orden.
La pregunta a la que nos enfrentamos ahora es cómo persuadir a la República Federal, que nunca había sido tan próspera y segura, de que tome la iniciativa política y de que consienta los sacrificios económicos necesarios para la culminación de la unidad europea. De una forma u otra, la pregunta alemana persiste y siempre estará con nosotros. Y es así porque, siempre que Europa y el mundo piensan que lo han solventado, los acontecimientos y Alemania cambian la pregunta.

Mientras tanto, el historiador y columnista Dominic Sandbrook escribe en el Daily Mail que cada vez un mayor número de europeos comparten la idea de que “por tercera vez en menos de un siglo Alemania está intentando dominar Europa”. Se remite a las declaraciones del anterior presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker, que trazó paralelismos entre 2013 y el año precedente al estallido de la Primera Guerra Mundial y advirtió de que la amenaza de una guerra europea seguía vigente. En relación a los alemanes, Sandbrook avanza que:

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si continúan imponiendo brutales restricciones económicas a los pueblos de Europa, las consecuencias, en términos de alienación social, enfrentamientos internacionales y el auge del extremismo político, podrían tornarse dramáticas. Ya hemos visto protestas violentas contra el yugo económico alemán en Atenas, Roma y Madrid en contra del yugo alemán. [...] Gracias a esta aparentemente interminable crisis política, Alemania no se ve ya como el salvador económico, sino cada vez más como el opresor de Europa. [...] Aún así, la verdad es que agrupar a economías de naciones tan dispares como Portugal, Grecia, Francia, Italia y Alemania únicamente ha servido para exacerbar enemistades de antaño.

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