Partidarios de Vladimir Putin celebran su victoria ante el Kremlin, Moscú, el 4 de marzo de 2012.

Putin, en la encrucijada

El primer ministro ruso se instala de forma permanente en el Kremlin al conseguir el 4 de febrero la tercera victoria consecutiva para ocupar la presidencia en la primera vuelta. La prensa europea señala que se trata de un resultado del que Europa puede alegrarse, ya que garantiza la estabilidad, siempre que venga acompañado de avances en el ámbito democrático.

Publicado en 5 marzo 2012 a las 16:08
Partidarios de Vladimir Putin celebran su victoria ante el Kremlin, Moscú, el 4 de marzo de 2012.

“El domingo por la noche, Vladimir Putin entró en su fase Brézhnev”, escribe en The Guardian el cronista Luke Harding:

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Desde el momento en el que ha dejado de ser simplemente un líder elegido para encadenar una presidencia tras otra de por vida. Tras haber esquivado cuidadosamente la normas al asumir un mandato de primer ministro (los dirigentes rusos no pueden ocupar la presidencia más de dos veces consecutivas), ahora Putin puede seguir hasta el infinito. Brézhnev aguantó 18 años, Stalin 31. A pesar de los rumores de una revolución a las puertas del Kremlin, ¿quién apostaría en contra de este Vladimir-Leonid? Enfrentado al espectro de una Revolución Naranja, Putin tiene dos opciones: puede sosegar a los manifestantes con promesas vagas de reformas liberales o bien puede utilizar las mismas tácticas lúgubres del KGB que han dado resultado en ocasiones anteriores: listas negras de los principales opositores, arrestos y la acusación permanente a sus enemigos de ser traidores al servicio de Occidente e infiltrados apoyados por Washington. Putin parece inclinarse hacia esta segunda y más brutal opción.

Y si el nuevo ocupante del Kremlin quiere evitar una revolución, escribe el diario Westdeutsche Zeitung, debe aprender a hacer concesiones y pasar de ser un soberano autoritario a un dirigente pragmático. El expresidente soviético Mijaíl Gorbachov expresó el dilema de Putin con gran precisión:

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“Si no transige y no cambia las cosas, el asunto llegará a las calles”. A la comunidad internacional no le interesa que a la primavera árabe le siga un verano ruso. Alemania, en concreto, depende de este país como socio estable en lo que respecta a materias primas y comercio. Hasta hoy, no teníamos de qué preocuparnos sobre el suministro de petróleo y gas. Pero no nos engañemos: el crepúsculo del zar ruso ha comenzado.

En la misma línea, el filósofo e historiador de ideas Marcin Król destaca en Wprost que

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En Europa, sus mediocres líderes políticos, pero también los dirigentes del pasado que surgen hoy como gigantes políticos, siempre han querido que prevalezca en Rusia la paz y la calma. Por eso Putin es la solución perfecta para Europa, algo de lo que él es perfectamente consciente y no teme ninguna oposición interna. Sin duda a Europa le gustaría ver una evolución democrática en Rusia, siempre que el proceso sea pacífico, sin baños de sangre ni conmociones en las relaciones internacionales. En otras palabras, a Europa le encantaría que el poder en Rusia se conquistara mediante fuerzas realmente democráticas, pero no moverá un dedo para lograr ese resultado.

Una opinión que comparte en el Corriere della Sera el excorresponsal en Moscú Arrigo Levi, que se pregunta “qué debe hacer Europa” con Rusia.

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Veinte años después de la caída de la URSS, seguimos sin saber si los rusos “han aprendido a hacer un buen uso de la libertad”, como decía el último dirigente soviético Mijaíl Gorbachov: la esperanza de que Rusia se convirtiera de la noche a la mañana en una democracia multipartita quizás era demasiado optimista […]. Parece que el ansia de reforma que se había manifestado con fuerza en la capital no es algo que compartiera el resto de este inmenso país. […] Pero, tal y como están las cosas, a Europa le interesa mantener una relación estable de coexistencia pacífica y de cooperación económica y política, sean cuales sean las condiciones.

“Las condiciones en las que Putin ha logrado su regreso al Kremlin […] sin duda le han dejado un sabor amargo”, señala por su parte Le Monde:

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Ni siquiera ha logrado la mayoría en Moscú. A contrario de lo que indican las apariencias, Vladimir Putin no es el amo en su país. Ha tenido que luchar como nunca para lograr esta victoria. Rusia ha cambiado. El movimiento de protesta sin precedentes que ha sacudido la capital y otras grandes ciudades del país, desde las elecciones legislativas salpicadas por el escándalo del fraude del 4 de diciembre, ilustra el despertar de una nueva clase de ciudadanos con la que deberá contar el amo del Kremlin. Paradójicamente, bajo el poder de Putin ha surgido y ha prosperado esta nueva clase media urbana e informada. […] Si quiere […] modernizar Rusia, diversificar su economía y convertirla en un país con peso internacional […] tendrá que trabajar con esta clase media rebelde [y] demostrar que, si Rusia ha cambiado, él también es capaz de evolucionar.

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