Con el respaldo de la mayoría de dos tercios de la que goza su partido, el Fidesz, en el Parlamento, el primer ministro Viktor Orbán sometió a votación el 11 de marzo la cuarta modificación de la Constitución redactada en 2011.
Las disposiciones aprobadas el 11 de marzo, según señala el Financial Times:
limitan los poderes del Tribunal Constitucional y restauran ciertos elementos de una polémica ley fundamental que se aprobó en enero de 2012 y que tuvo que ser relegada ante la presión europea.
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En Múnich, el Süddeutsche Zeitung condena un “golpe asestado en el corazón del Estado de derecho” por el Gobierno húngaro. El diario considera que:
El populista Viktor Orbán domina muchos papeles. Su favorito es el de salvador de una nación, que liberó a Hungría del comunismo, que restauró los antiguos valores y que defiende la gloria de Hungría. [...] Al comienzo de su mandato, anunció una segunda revolución y ahora parece que el Estado húngaro ya no será el mismo después de esta reforma constitucional. [...] Tras los llamamientos de Bruselas, Orbán se mete en su segundo papel favorito, el del buen demócrata y europeo convencido que comprende los problemas de sus socios al realizar pequeñas modificaciones en su país. Después, prepara el próximo golpe. El que tiene como objetivo el corazón del Estado de derecho: la independencia de la justicia. Quien representa el mayor peligro para la nación es su máximo admirador.
El diario portugués Público, por su parte, destaca que el jefe de Gobierno húngaro,
que ha hecho todo lo posible para impermeabilizar su poder contra los “excesos” de la democracia, recibió una llamada de advertencia por parte de José Manuel Durao Barroso. Pero ignoró dicha advertencia. [...] ¿Quiere verdaderamente Hungría seguir dentro de la UE y al mismo tiempo contradecir sus principios? Hay que plantearse seriamente esta cuestión y debe acarrear consecuencias.
Desde que Orbán salió electo en 2010, asegura Le Monde, “Budapest y Bruselas juegan al gato y al ratón. Con la única diferencia de que el ratón húngaro es más ágil cuando el gato europeo está endeudado y duda”. Y hoy en día, “Europa está muy incómoda”:
Sancionar al Gobierno de uno de sus Estados miembros, elegido a través de elecciones democráticas, no es tan sencillo. Apenas dispone para ese fin de una "bomba atómica", la de suspender en Bruselas el derecho de voto del Gobierno en cuestión. Se sigue teniendo presente el precedente austriaco: tras la llegada del partido de extrema derecha de Jörg Haider a la coalición gubernamental de Viena, en 2000, los europeos acabaron por renunciar a reaccionar, ante la ineficacia de sus protestas. Bruselas también podría contemplar sanciones económicas contra Budapest, puesto que Hungría necesita esta ayuda "estructural". Pero este medio de presión, ciertamente mucho más convincente, no está previsto de momento. [...] "La democracia en dificultades en Europa", subrayaba sin rodeos Viktor Orbán hace un año desde estas mismas columnas. Sin ninguna duda, se apoya ahí donde hace daño. ¡Desafortunadamente!